A Google el futuro comenzó a ponérselo algo más oscuro en agosto de 2024. Fue entonces cuando el Departamento de Justicia de Estados Unidos determinó que
Google era un monopolio. Aquella derrota judicial marcaba un punto de inflexión para una compañía que durante un cuarto de siglo había dominado el sector de las
búsquedas y la publicidad y que ahora se enfrentaba a una posibilidad insólita: que la obligaran a
partirse en pedazos. Eso tendría implicaciones
para todo el ecosistema en general y para algunas empresas muy en particular, como
en el caso de Apple o
el de Mozilla.
El juicio antimonopolio se dirige desde entonces a un destino incierto para Google. Hay varias amenazas a la vista, y entre ellas una de las más llamativas es que la
obliguen a vender su navegador,
Google Chrome. Esa posibilidad es especialmente tentadora para algunas empresas que estarían encantadas de hacerse con el navegador,
OpenAI incluida.
Esa
fragmentación del monopolio de Google parece sencilla de pedir, pero difícil de ejecutar en la práctica. Sobre todo porque el impacto sería enorme en diversos ámbitos. La renovada obsesión de EEUU
con trocear Google no solo afecta a la posible venta de Chrome, sino a renunciar a acuerdos para integrar su buscador o incluso a tener que licenciar sus datos de búsqueda.
Lo que está claro es que Estados Unidos parece decidida a poner firmes a sus grandes tecnológicas. Lo intentó sin mucho éxito a finales de los 90 con Microsoft, pero ahora su forma de actuar parece mucho más peligrosa para las empresas. Que se lo digan a Meta, a la que la justicia de EEUU
también quiere trocear. O a Apple, que también
fue demandada por la misma razón y a Amazon, que ya hace años que es considerada
como monopolio por parte del Gobierno. Malos tiempos para las grandes tecnológicas.