Últimamente parece que no hablamos de otra cosa que de Sam Altman y OpenAI en esta newsletter, pero es que queridos lectores, lo que está pasando lo merece. El absoluto
enfant terrible del mundo de la tecnología ha vuelto a dar la campanada. Su empresa acaba de anunciar que han completado
una ronda de financiación de 6.500 millones de dólares, lo que dispara su valoración hasta los 157.000 millones de dólares.
Es una cifra colosal que sitúa a esta empresa al nivel de gigantes como Disney o Inditex. La diferencia es que aquí OpenAI —como el resto del segmento— vende, sobre todo, promesas. Promesas de que la IA va a ser indispensable y revolucionaria. De momento lo único que sabemos es que sus prestaciones son agridulces y que
su despliegue está siendo exasperante.
Pero todo parece dar igual, porque los inversores se han convertido casi en adoradores de una empresa a la que le permiten de todo. Por ejemplo, que les exija a los que han invertido que no lo hagan en startups rivales. Y aunque algunos sí puede que saquen algo de partido a corto plazo, la mayoría no lo hará. Otros como Apple han preferido no rendir pleitesía y han declinado la oportunidad porque eso también hubiera comprometido su neutralidad. ¿Y ahora qué? Pues hay más dinero para quemar, que es
lo que está haciendo OpenAI. La empresa seguirá trabajando en nuevos modelos, pero también prepara
su metamorfosis en una empresa
con ánimo de lucro que gane mucho más dinero (cobrándonoslo
a nosotros).
Vienen curvas, eso seguro.