OpenAI está absolutamente desbocada. En el último mes la empresa ha firmado acuerdos multimillonarios de colaboración
con NVIDIA,
Oracle,
Samsung y SK Hynix, con
AMD y con
Broadcom. Acto seguido, subidón del valor de las acciones en bolsa de esas empresas. Es como si Sam Altman fuera
el nuevo Rey Midas de la tecnología.
Y claro, vuelve la inquietud. La ya cacareada
burbuja de la IA parece no parar de hacerse más grande con estos acuerdos, pero a estos imperios tecnológicos no parece importarles. El problema es que OpenAI puede estar construyendo
el mayor castillo de naipes de la historia. Y se ella cae, el impacto para el resto de la industria será colosal.
Estamos viendo un peligroso esquema de financiación circular en el que las empresas que dicen invertir en OpenAI en realidad invierten poco o nada. Lo que hay aquí es
un trueque constante y quizás desesperado entre las implicadas, y mientras todo eso pasa, se está produciendo una singular transición. OpenAI y sus nuevas aliadas quieren convertirse en las nuevas dueñas del mundo tecnológico y
adelantar por la derecha a Google, Apple, Meta o Microsoft.
Lo que parece claro es que OpenAI quiere (o necesita)
convertir ChatGPT en "el Windows de la IA". No lo va a tener fácil, pero desde luego lo está intentando por todos los medios. Y si hay que hacer que
ChatGPT hable en plan porno, pues se hace. El fin justifica los medios. Otra vez.