Llegó, vio y
fue arrestado. Pavel Durov, fundador y CEO de Telegram, lleva días en manos de la justicia francesa, que lo ha acusado de complicidad en hasta
12 supuestos delitos. Entre ellos están la distribución de imágenes pornográficas de menores o la venta de sustancias narcóticas a través de su plataforma de mensajería. La cosa es seria.
La detención de Durov ha sido especialmente polémica y ha disparado el debate sobre sus
supuestas filias y fobias con el Krémlin. Son muchas las dudas e incertidumbres que rodean al joven emprendedor, que supuestamente huyó de Rusia cuando sus responsables le robaron el control de vKontakte.
Pero ocurre que Telegram es una herramienta especialmente importante para las agencias de inteligencia.
Los mensajes que mandamos en la app no son seguros: están cifrados salvo que usemos la opción de "chats secretos", así que cualquiera que tenga acceso a los servidores de Telegram —incluido Durov— podría cotillear e incluso robar y compartir esa información.
Todo ello hace que la situación de Durov sea complicada mientras Telegram
lucha por ser cada vez más rentable. Que lo logre o no puede acabar dependiendo de lo que ocurra con este singular arresto, pero una cosa parece clara: la plataforma, que ya cuenta con
950 millones de usuarios, sigue creciendo sin parar, y estos sucesos han logrado que hablemos más de ella que nunca.